Birmania es sin duda uno de los países más acogedores de Asia. Con el budismo como creencia mayoritaria, destaca la cantidad de monjes y monjas, unos 500.000, que varan por las calles de las ciudades y pueblos. Desde niños, son empujados por sus familias a estas comunidades, para adquirir méritos y respeto de sus amigos y familiares.
Monjes, templos y pagodas, definen el aura espiritual que se observa por todo el país. Las millones de estupas ascienden desde el suelo rodeadas de oro para reclamar su lado mas sagrado. Los templos, monumentales, exorbitantes, grandiosos, aportan el aire más místico al lugar. Enormes construcciones de piedra, con interiores llenos de pasillos rectangulares que cierran su 4 típicas caras, albergando budas de diferentes formas y colores.
En las calles, en los mercados, en las plazas… los birmanos se mueven amables y cercanos. Una cultura donde el hombre mantiene activa una labor importante en el cuidado de los niños en las familias. Ambos géneros visten el longvy, una falda como atuendo típico, excepto en las ciudades mas grandes donde las zonas mas modernas, se empeñan en occidentarse. Esta prenda, en parte, unifica los géneros, deja de lado las diferencias en busca de una estética más genérica y global.
La mayoría de birmanos, llevan pintadas sus caras. Bien sea con algunos sencillos dibujos o patrones al estilo brochazo, se cubren de una pasta llamada Thanaka. Esta masa, se crea a partir de la corteza del árbol de Thanaka, mezclada con un poco de agua para crear una barrera natural contra el sol además de lucir un bonito maquillaje.
Siendo Myanmar una región en su mayor parte rural, se caracteriza por tener un gran ajetreo de lugareños en cualquier rincón. Mercados, calles, ríos, templos, monasterios, todos se llenan de alegría y entusiasmo. Como en muchos de los países del sudeste asiático, el tren se marca como la opción mas barata de transporte para los birmanos, siendo este bastante lento e imprevisible. En sus vagones, el tiempo se para, y sigue el ajetreo de las calles, venta ambulante, risas, comidas improvisadas, miradas vergonzosas ante el turista. Un lugar para perderse y descubrir las bondades que oculta.
El sol como en la mayoría de países del sudeste asiático, es quien marca el ritmo del día. Este, rompe el silencio al amanecer, arrancando el vigoroso movimiento de las pequeñas ciudades. El atardecer, en cambio, se queda para la observación y la meditación. Posiblemente sea uno de los lugares más increíbles donde puedas disfrutar de unos impresionantes atardeceres. El sol se apaga tras los templos, puentes o pagodas, creando un aura digna de una país tan místico como Myanmar.